Séptima estación
Jesús cae por segunda vez
Uno:
Te adoramos, Señor Jesucristo,
Todos:
que has muerto por nosotros en la cruz.
Coro uno:
Pesadísimos son los maderos
y te vuelven a derribar,
pues los príncipes y los pueblos
no comprenden,
por su endurecimiento en el mal,
que sólo tú puedes ser el Señor del mundo.
Son incapaces de entender
la locura de la cruz,
y por eso te rechazan con odio obstinado;
se inclinan ante Satanás,
Príncipe de este mundo,
que los tiene atados con servidumbre eterna.
Coro dos:
Hay tiempos en que tajantemente
se separan los espíritus
y, en medio de su convulsión,
buscan de nuevo a su Maestro.
Muy alto se yergue el muro divisorio:
sólo en el signo de la cruz puede ser reconocido el Señor.
Veo precipitarse al abismo a los pueblos
que se dejan apartar
de la cruz de Cristo,
y de la profundidad veo emerger al tirano
que orgulloso quiere determinar
el curso de la historia.
Uno:
Señor, por los ruegos de María, tu Esposa,
que no caiga la cruz;
álzala de nuevo; brille desde el cielo;
contigo quiero llevarla hacia el mundo,
hasta que nuestro pueblo
vuelva a postrarse ante ella.
Todos:
Por ti, Señor Jesús, con María, tu Madre y Esposa,
la que vence a la serpiente pisando su cabeza,
concédenos ser, en el Espíritu Santo,
instrumentos del Padre,
para construir aquí en la tierra su Reino. Amén.
La persona de María tiene en él un papel especialmente destacado. La Sma. Virgen no aparece tanto en su papel de madre del Señor, sino especialmente como la "Compañera y Colaboradora" en su obra redentora, como Esposa o Nueva Eva junto a Cristo, el Nuevo Adán.